Negro Mundo Malambo: la novela de Lucía Charún-Illescas
entrevista por Zein Zorrilla
Llama a sorpresa una novela sobre el mundo negro, y más si esta novela ha sido escrita por una escritora insertada en ese universo.
El título de la novela, Malambo, puede llamar a engaño. Acostumbrados como estamos a trabajos locales podemos creer que nos aproximamos a otra obra típica del costumbrismo, donde aparecerán personajes de stock, y donde el mérito mayor lo constituirán las exploraciones linguísticas del autor. Pero esta novela depara al lector una sorpresa adicional; la fluidez de la prosa, y el del estilo se sustentan en una sobria estructura dramática.
Contrariamente a lo que podría sugerir el celo puesto por la autora en ubicar con precisión su escenario histórico, no es esta una novela de costumbres, ni menos una novela más del regionalismo con personajes negros; estamos ante una novela-novela en el sentido más moderno, organizado en torno a una trama, cuyo movimiento está determinado por las ambiciones de sus personajes, por los conflictos que enfrentan sus universos.
Los diversos eventos están ambientados en una época de la colonia, en plenos tiempos de la trata de esclavos, del santo negro Martín de Porres y del virrey de la quinina. En ese escenario se nos presentan los dos mundos contrastados. Malambo y la ciudad de los Virreyes, separados por el Río Rímac, el río hablador. Ambos mundos con sus propias escalas de valores morales, debidamente encarnados en personajes verosímiles, todo ello orientado a asegurar la solidez de la estructura.
El Malambo de esta ficción se ubica en las faldas del cerro San Cristóbal, y es asiento de Minas, Angolas y Mandingas y las cofradías de Congos y Mondongos que se codean con libertos, cimarrones y esclavos de mala entrada. Aquí habita el anciano Tomasón Vallumbrosio, esclavo en situación irregular, que se mantiene aferrado al oficio de pintor de santos. Tenía donde vivir gracias a su compadre Jacinto Mina, compadre del alma y caporal de la cofradía de los negros de Angola, que con dos alarifes llegó un día y le construyó la casa, con una gran ventana para que pudiera contemplar el río. Un tercer amigo, Venancio Martín, pescador, hijo de una lavandera de vientre libre, pero ya huérfano y hombre sólo como los otros dos vendrá a completar la amistad. De vez en cuando reciben la visita del estrafalario Yawar Inka, una mezcla de indio y alguna otra sangre que llevando el producto de sus andanzas, se desplaza libremente de una a otra margen del río.
La otra orilla del Rímac, donde se ubica el palacio del Virrey, cuenta con sus propios personajes y sus propios ajetreos. Aquel mundo es regido por Jerónimo Cabrera Bobadilla y Mendoza, Conde de Chinchón, decimocuarto Virrey del Perú. Y a él pertenecen el marqués de Valle Umbroso, patrón irregular de Tomasón, don Manuel de la Piedra, comerciante enriquecido que conserva la arrogancia tácita de los criollos acaudalados y que diez altos atrás apenas deambulaba por las pulperías portuarias del Callao sin mas equipaje que un fardo enrollado y tres talegas de yute. Este hombre logra hacer fortuna con un embrollo de préstamos, ventas y réditos acumulados y se adueña de una casona con el deseo de convertirla en hostería. Con dicha propiedad se hace asimismo de dos sirvientes negros: la cocinera Candelaria Lobatón y el calesero Natario Briche. La servidumbre se completa con la compra de la negra Altagracia Maravillas. Esta orilla del universo novelado se enriquece con Jerónimo Melgarejo, molinero criollo en pleno plan de expandir sus negocios, acicateado por Gertrudis, su mujer.
SOURCE: http://www.zeinzorrilla.com/?page_id=33
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