Puedo imaginarme Barbie como Raponcel, ordenar quiero esto o lo otro, ¡suelta! ¡cállate! ¡dame! y que todos me escuchen y digan Ana es la más bella entre las bellas, como a Melanie, que tiene el pelo lacio y negro por la cintura. Pero no es igual, nunca es igual imaginarlo.
Melanie tiene mi edad y está en mi escuela, todos la miran cuando pasa porque estira la nariz y recita en los Matutinos. Los maestros la celebran tanto que creo que un día en vez de como el Ché, gritaremos “¡Seremos como Melanie!”. A las demás niñas del aula no nos gusta que sea la primera en responder, mire con lástima cuando nos confundimos y ande con dos chiquitas de pelo rizado que se creen importantes por traerles regalos a las maestras; Melanie no regala nada, tal vez por eso algunos días se ve como aburrida, sí, como con unas ganas de llorar muy grandes. A mí siempre me comparan con ella: si cuento con los dedos, Melanie lo dice todo sin problemas, si escribo muy mal, Melanie qué caligrafía, por eso reí cantidad el día de la Visita cuando, en medio del escenario, cantó “Lindo es mi cielo, lindo es mi mar…” señalando el piso primero y al techo después. Solo ese día, los demás es la princesa y a mí me siguen llamando “¡Jabá, ven acá! ¡Jabá, esto! ¡Jabá, lo otro!” Yo no soy jabá, los jabaos son candela, dice la gente, ¡malísimos!, dice Meño, la vecina. Malos son los que se pasan el día como Melanie, en su casa sin mirar a nadie.
De ella no hablan, porque solo está estudia que te estudia y viendo los muñequitos y a mí que entre a las once, Meño me llama sucia, señala con su manito engurruñada, (dice mamá que le quedó así como castigo a algo muy malo que hizo), y su joroba que no la deja caminar más que de lado. Eladio, el vecino, se ríe y me hala los moños, entra con mamá a mi casa para vigilar no sé cuál dulce, porque mamá nunca cocina, sino que lo hace abuela y a las seis, cuando el olor de los puercos de al lado no es tan fuerte. Yo me pregunto si Melanie jugaría como yo o podría estudiar con los gritos de “tú no sabes nada, tú nunca, tú eres bruta, con esas pasas” con los que se entretiene Meño, mientras Eladio, su esposo, sigue en la cocina, para salir después diciéndome princesa, haciendo un guiño que ella nunca nota y Mamá viene detrás con el vestido cambiado.
Así es mejor jugar en el pasillo del dos, mi hermano en calzoncillos puede bien ser el príncipe y el trapito este, mi pelo: me pone un zapato y quedo dormida, entonces saca una naranja y la coloca frente a mí, la naranja se convierte en un descapotable, el chofer es un genio, mi vestido es verde brillante y mis uñas muy largas, el príncipe me lleva al Acuario o al Circo, a cualquiera de esos lugares a los que nunca he ido…a las once se oyen unos gritos, la naranja no está, el príncipe levanta sus nalgas del piso frío y hay que entrar a la casa oscura. Antes me gustaba, pero ya no, desde que conocí a Melanie. Cuando yo sea grande tendré el pelo larguísimo y haré de Blancanieves en una película, ya no dirán jabá sino qué hermosa y qué blanca y qué buena. MI PRÍNCIPE me llevará a un castillo con cuartos para mí y mi hermanito, un castillo de película que no huela a animales; si ya lo tuviese tal vez Melanie saldría de su casa, aprendería a chapotear cuando llueve y hablar de otra cosa que no sea de libros. Sería un sitio donde todo se hiciera realidad, casi como el apartamento de Deisy.
A mí me gusta subir descalza al tercer piso, sorteando los charquitos y cacas de perro, a esa casa, que a veces parece la mía, solo que con un tres delante, mucho cambio adentro, con el piso brillante pa´ resbalar y el olor a perfume; solo que a Deisy no le gusta que corra por todas partes, ni me suba en los muebles porque
mis pies…, ni toque los adornos de cristal y porcelana porque puedo romperlos y por mis manos sucias. Todos creen que subo por las galletas dulces y la gelatina, pero yo espero que sean las cinco: Es cuando abren el balcón de al lado y peinan a Melanie con un cepillo suave. Siempre pienso pararme ahí y que ella va a mirar. Hasta puede que no sea tan pesada sino que “las malas compañías” y tal vez no baje porque cree que es aburrido o teme como yo al Viejo Coco. A lo mejor me saluda y hasta me invita a pasar de la puerta donde tantas veces me he parado, pensando si será como mi hogar de cuando sea grande o como un palacio, si sus colchones serán de espumas y siete como en el cuento, si será tan tonta para despertarse por tener un chícharo bajo el último, o nos despertaremos las dos cuando me invite a dormir en su casa.
Yo nunca me despierto en el catre donde duermo con mi hermanito. Es mejor seguir en esos sueños donde soy preciosa, todo está lleno de luces y bailo como la bailarina española, que suena los tacones para alejar el maldeojo. En las madrugadas el Viejo Coco camina por la casa. Enreda a los grandes y asusta a los niños. Arrastra los pies y ya sé que no tiene barbas, ni saco, solo un olor a viejo tan fuerte que parece pegarse a todo, estirarse como mano y apretar. Una vez abrí los ojos y vi su sombra en la cama, sobre mamá. Mamá dice que la sombra del Coco no le hace nada y a veces bromea diciendo que mejor le agradezca al Coco mi comida; pero Eladio me echa miedo “A ti si te va a hacer, por lengüina. Todo lo dices.” y me dan ganas de llorar “Yo puedo hablar con el Coco para que no te moleste, pero tienes que dormir toda la noche, Ana, y no decirle a nadie lo que ves y mucho menos a Meño, que le tiene miedo a los fantasmas.” No creo que ella se asuste, mi hermano Abelito dice que es una bruja y a veces me he asomado por
una rendija de su puerta y la he visto en el piso, diciendo “Acaba con ella, que pase lo que yo he pasado” como si hablara de verdad con alguien con nombre y apellidos, pero no he podido ver quién es, ni le he dicho nada de todas formas y desde entonces sueño con castillos y princesas, que soy Fiona antes de convertirse en ogra.
Seguro que en casa de Melanie será como en mis sueños, ella me enseñará las tablas, sin reírse de mi forma de contar, y a contestar bien los verbos y yo le enseñaré a hacer teatros de muñecas con palitos de helado y fango y a que le salga entero el bigote de leche. Todo eso cuando mire, mientras la peina su mamá en el balcón, su mamá que es linda y rosada y siempre lleva un vestido que parece acabadito de lavar y planchar. Seguro que le canta nanas todas las noches sin pensar en sombras de Cocos. Seguro que cocina muy rico, sirviendo en platos de verdad, con dibujos, sin tener que esperar que coma ella para poder utilizar su plato, ni gritar “¡Apúrate!” para que coma otro. Cuando vaya a su casa nos bañará a ambas y nos dará un beso para dormir diciendo “Hasta mañana, nenas”, o tal vez me diga Melanie, como a ella, Melanie y no Ana Úrsula o jabá o fea, como me dicen mis abuelos, y mi mamá, Abelito y Eladio, que solo a veces me llama princesa.
Abelito es mi hermano mayor, mamá siempre lo regaña porque llega muy tarde o trata mal a los vecinos; pero él sigue, y le grita “¡Viejo!” a Eladio y “¡Bruja!” a Meño. También lo veo fumar a escondidas, sobre todo desde que ya no está en mi escuela y luce más grande, por eso no cree en el Coco ni en las Hadas, dice que va a trabajar mucho para comprar una mansión y allí podré invitar a todas las amigas que quiera y tendré un colchón de agua donde naden pececitos y él se pondrá cada día una ropa nueva. A Melanie le va a encantar que se lo cuente, a oscuras y arropadas las dos, le diré bajitico “Vamos a tener un jardín grande y cantidad de habitaciones donde a nadie le digan jabá, podremos llenarlas de perros y dulces y lluvia, de todo lo que te gusta”, una vez la vi mirar como saltábamos yo y mi hermano bajo un aguacero y parecía que se moría por bajar a mojarse. Lo haremos juntas cuando Abelito sea millonario.
Pero ese día aún está lejos, mientras que ahora no puedo ni contar ni leer. Lo he deseado con una pestaña apretada en los pulgares y camino sin pisar las rayas del piso, no pateo más de una vez las latas que la gente tira en la calle para que no mienten a mi madre y me concedan lo que pido. Hasta le he escrito al Ratón de los dientes que no me deje ni un peso bajo el catre, ni caramelos, sino un pelo muy largo o puertas, ventanas y torres para ir armando mi castillo, para que así mamá no tenga que soportar el olor a viejo por las noches ni Abelito que fumar en la azotea; le escribí “Ratón, llévale mi diente a Melanie, hazla mirar y llamarme”. Pero aún no pasa nada, solo que Eladio me dice fea más que de costumbre y me asusta diciendo que hablará con el Coco para que vuelva a molestarme, mami pone mala cara y hasta le grita que me deje tranquila. Ya no sé qué hacer, la maestra cada vez es más insoportable. Solo me queda probar con Meño, mi hermano dice que no me acerque a ella, que es muy mala, pero él no sabe lo malo que es tener el pelo duro. A lo mejor ella es como Úrsula y solo cobra mi voz por convertirme en Melanie, aunque yo no sepa cantar como la Sirenita.
Eladio salió de viaje hoy por la mañana. Entré a su casa y vi a Meño de nuevo arrodillada en el piso, hablándole a una cazuela muy grande con herraduras de caballo, pedazos de palo adentro y un montón de manchas prietas: un caldero lleno de muertos que, según me dijo, hacen lo que ella quiere. No vi a ninguno pero de todas maneras se lo pedí y ella no me lo quiso prestar, le dije por favor muchas veces como le he oído decir a Melanie cuando le pide algo a los mayores, pero la bruja dice que es muy peligroso, que no es cosa de niños, que hay que echarle sangre, y nombres y huesos y que no puedo contarle a nadie, y mucho menos a Eladio, que le tiene miedo a los fantasmas, lo que he visto.
¿Para qué le servirá? Ella ya no puede arreglarse, seguro que se quedó así por pedir algo malo ¿Y si la cazuela pudiera ayudarme desde lejos? A lo mejor lo hace, porque yo solo tengo deseos buenos, guardo bien los secretos y también porque ya conseguí el nombre completo de Melanie en la escuela y lo enterré bajo el cocotero del lobby, como me dijo Meño, riendo, que ella hace a veces. Ya, también, me amarré un mechón de pelo de Melanie en la muñeca y pedí lo que quiero en quince nudos.
En estos días seguro que se cumple mi sueño. Nos va a ver todo el edificio corriendo descalzas por los pasillos, con el pelo igualitico, lacio y negro por la cintura, y evitando cogidas de la mano los charquitos de perro.