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Vuelve el blog Afrocubana

Ya hace más de un año de la desaparición física de Inés María Martiatu Terry (Lalita), quien fuera la autora de este blog afrocubana. Tras su muerte, ocurrida en junio del 2013, nos dejó como legado una vasta obra cuyas interrogantes y discernimientos filosóficos, estéticos y culturológicos trascienden el campo de la crítica y la investigación del teatro escrito por los dramaturgos afrocubanos, y se explayan a otras disciplinas como la narrativa, la teoría cultural, la etnografía, el pensamiento afrofeminista, los estudios culturales y otras problemáticas relacionadas con los imaginarios de la cultura popular negra, las espacios de tachadura o silencios en la memoria cultural de la nación de las últimas seis décadas.

Por estas razones, y como un merecido respeto a su memoria, hemos decido continuar con las entregas de este blog Afrocubana, el cual Lalita administró -con gran entusiasmo y en difíciles condiciones- como un ejercicio de lucha y una forma de visibilizar las problemáticas de la mujer negra cubana. Comenzaremos publicando el homenaje que hace meses le dedicara la bitácora: afromodernidades.wordpress.com,además de un grupo de textos, fragmentos de trabajos conocidos y otros que esta narradora y pensadora afrocubana dejó inconclusos e inéditos. Sea, pues, de ahora en adelante este blog un pretexto para continuar amándola y conociéndola, pero sobretodo para reflexionar sobre lo que fue y sigue siendo su presencia inspiradora para la accidentada historia del movimiento de intelectuales, artistas, escritores y activistas afrocubanos.

Lalita, la gota de oro suspendida en el aire.

Por: Rubén Darío Salazar (actor y director de Teatro de las Estaciones).

La conocí cuando yo era estudiante de la Universidad de Las Artes, fue por vía de mi amiga venezolana Valmis Ludovic Simanca, vinculada en ese momento, por asuntos familiares, con trabajadores del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC). Sus ojos brillantes fueron lo primero que me llamó la atención, luego su verbo fluido e inteligente y su don de gente buena, cariñosa y directa. Nos hicimos amigos y conocí parte de los amigos suyos, entre ellos al príncipe afrocubano Gerardo Fulleda, cuya elegancia santiaguera no decae con el tiempo ni con nada. Estuvo en mi graduación del Instituto Superior de Arte y en cuanto evento profesional asumí después, como el espectáculo “Okín, pájaro que no vive en jaula”, realizado en Teatro Papalote y del cual ella escribió ampliamente. Cruzado racialmente como sus hijos, pase a formar parte de su clan de vástagos metafóricos. Mientras anduvo por sus propios pies, nos dimos cita, encontramos, compartimos y disfrutamos en vivo por la ruta de festivales, actividades teatrales y coloquios teóricos celebrados en la isla. La quise tanto como la admiré y en tiempo posterior comencé a seguir su rastro por vía telefónica, electrónica o correo postal. Me impresioné siempre con su voluntad de vivir y sus proyectos, amores e ilusiones femeninas.

Reencontrarnos siempre fue una fiesta, fuera en la UNEAC o en la casa de tránsito en que vivió en la Habana Vieja antes de mudarse para el edificio de Infanta y Manglar. Nunca más han tenido preponderancia en los coloquios teatrales nacionales los temas que ella dominaba, su terreno de estudios e investigaciones son todavía un sitio minado por su fuerza y pasión por la cultura popular tradicional de origen africano y caribeño. Por eso los que se aventuran a entrar a esa parcela han de invocar su nombre y sus múltiples escritos sobre el asunto. Narradora, crítica, guionista y conferencista, su ausencia pesa sobre la isla como una gota de oro enorme. Contemplamos su brillo suspendido y compacto para luego enmudecer con nostalgia infinita. Lala, mi madre, mi amiga, mi negra bella y auténtica, no me quiero curar del dolor de tu ausencia, ese padecimiento me hace pensar de manera optimista en que te voy a encontrar de un momento a otro. Por eso me preparo diariamente para ese instante, no quiero que me preguntes sobre ninguna novedad que yo no conozca y se empobrezca nuestro dialogo de luces y entelequias.

Tu hijo, Rubén Darío Salazar

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